Por Luis Bruschtein
Y finalmente Silvina volvió a los brazos de Matías Alé, los asambleístas levantaron el corte del puente, la Selección la está rompiendo, la Corte puso en marcha la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y todo camina en feliz consonancia y armonía. La Argentina del conflicto parecía haber quedado atrás hasta que ayer el canciller Jorge Taiana presentó su renuncia junto con algunos de sus colaboradores.
Aun cuando Taiana no hubiera renunciado, esa visión idílica igual habría sido falsa. En la Argentina hay conflicto, porque en el mundo hay conflicto, porque así es la vida de los seres humanos y porque una parte del conflicto es el desenlace y el acuerdo, tanto como la tensión, la negociación y la concesión. El peor país de todos ha sido cuando dijeron que no había conflicto, porque eso implicaba que se estaba silenciando a alguien. La teoría del santo consenso usada para contraponerla con el conflicto es una truchada que inventó el hippy Paolo.
Con respecto al futuro de Silvina y Matías Alé, se verá qué sucede en los próximos capítulos de Tinelli. En cuanto a la repentina renuncia de Taiana, dará cuerda para varios días de discusiones y análisis de motivos y entretelones.
Pero en el caso de la pastera ex Botnia, es obvio que el levantamiento del corte del puente a Fray Bentos, en Gualeguaychú, no implica el fin del conflicto, sino que la problemática comienza a desarrollarse en una etapa diferente. El corte consiguió lo que podía: puso el tema en la agenda política, llamó la atención sobre la contaminación y estableció condiciones para el control de la planta. Entre los pocos asambleístas que no estaban de acuerdo con el levantamiento del corte se escucharon expresiones tales como: “los verdaderos ecologistas deben luchar hasta la muerte”. Si lo decían por el brasileño Chico Mendes, él nunca quiso morir, había otros que lo querían matar y así lo hicieron. El que quiere morir no está para ninguna lucha, porque la lucha es una manifestación vital.
La misma asamblea fue una expresión de conflicto, con muchas tensiones y hasta expresiones duras por parte de los oradores. Los grandes medios, que estuvieron siempre contra el corte, destacaron a la asamblea como expresión de pluralidad y consenso. Y tendrían razón si incluyeran en esa descripción, la puja, las opiniones contrapuestas y el conflicto propio y hasta lógico entre las diferentes posiciones de los asambleístas. Ellos tendrán que decidir en ese marco cuál será la mejor forma de mantener su lucha por la preservación del medio ambiente de aquí en adelante. Y no solamente en el río Uruguay, que seguramente será su prioridad, sino también en otras cuestiones como el uso de agroquímicos o la extensión de la soja transgénica sin rotación de cultivos, que conforman problemas ecológicos graves que también se registran en esa zona. La ecología no se aplica a un solo tema.
El conflicto, como suceso en la vida de las sociedades, tiene mala prensa, aunque sea necesario para encontrar soluciones. La segunda parte del alfonsinismo, el menemismo o el gobierno de la Alianza suelen presentarse como períodos de consenso. Y fueron los gobiernos más conflictivos que haya habido. Pero en esos casos, los que estaban en conflicto, en la calle, eran los más vulnerables, los que tienen menos fuerza para hacerse oír, los que no llegan a los medios de comunicación. Fueron los gobiernos de los grandes conflictos con desocupados, trabajadores, estudiantes y jubilados. De las grandes marchas contra las amnistías y puntos finales. De los pueblos que desaparecían cuando levantaban los ramales ferroviarios. De los productores rurales expulsados de sus tierras, de profesionales manejando taxis o emigrando al exterior. La cantidad de conflictos fue impresionante. Pero se decía que gobernaban “de consenso”.
En cambio, la primera parte del alfonsinismo fue “de conflicto”: hubo tres levantamientos militares por los juicios a los ex comandantes de la dictadura. Los “carapintadas” reclamaban un consenso: que no se juzgara a nadie. Al promediar, Alfonsín consensuó. Igual los militares no se quedaron conformes, pero cuando empezó a “consensuar”, empezaron los paros sindicales, las marchas por los derechos humanos y al final los saqueos de la híper. El menemismo tenía un consenso impresionante, lo votaban hasta sus víctimas, que después tenían que salir a protestar. Y la Alianza llegó con un impulso explícito de “consensuar”. Consensuó todo, hasta metió la Banelco para consensuar la flexibilización laboral. Tuvo un consenso bárbaro para fulminar a los trabajadores, o sea a la mayoría del país. Los que integraron esos gobiernos “de consenso” acusan ahora a éste “de conflictivo” y son los teóricos del consenso.
En un acto realizado esta semana en la Universidad de El Salvador junto a dirigentes de la oposición, el cardenal Jorge Bergoglio hizo un llamado para lograr consensos dejando de lado los partidismos. Es difícil saber si se trata del santo consenso del que el arzobispo descarta a partidarios del matrimonio gay o el aborto e incluye a represores de la dictadura, o del consenso verdadero, aquel que constituye un momento del conflicto.
La diferencia entre el santo consenso y el verdadero está sobre todo en que al primero se lo tiene, como buen santo, en la boca todo el tiempo, mientras que al segundo se lo practica porque se lo necesita. Cuando los medios santifican una idea, la vacían de contenido y la resignifican como les parece. Cuando respaldaron a esos gobiernos llamados “de consenso”, escondieron el conflicto. Pero cuando son ellos los que tienen el conflicto con el Gobierno, lo amplifican. Lo que antes ocultaban, ahora lo magnifican.
Es cierto que hay temas, como el del Consejo de la Magistratura, al que los partidismos sobredimensionan hasta convertirlo en un evento estratégico. La oposición logró su consenso en el famoso Grupo A del Congreso, para transformar la Magistratura durante la semana que viene y retirarle al oficialismo la llamada “capacidad de veto”. Hubo discursos denunciando que con esa cláusula el Gobierno mantenía a los jueces bajo apriete y chantaje permanente. Para ser estrictos, lo cierto es que esa capacidad de veto no fue utilizada nunca para impedir la realización del juicio político a ningún juez. O sea, el famoso dispositivo ha sido intrascendente hasta ahora, con lo que el publicitado cambio a la integración y los mecanismos del Consejo de la Magistratura también será intrascendente en la práctica. La creación del Consejo mejoró el funcionamiento del Poder Judicial. Así como eliminó problemas, le agregó otros. Hay un conflicto que se supera, pero se incorporan otros que habrá que superar en el camino.
Hay conflicto cuando se aumentan los salarios o los precios, cuando se ponen impuestos o se sacan, o se hace pagar lo mismo a ricos que a pobres. Hay conflicto cuando hay privilegios y cuando se los quiere suprimir y lo mismo con las injusticias. Hay conflictos de poder, por ocupar los espacios políticos, por apropiarse de la educación, de la tierra o de la información. El conflicto está siempre, forma parte de las relaciones humanas, y cada quien elige de qué lado se pone.
Paradójicamente, el sentido común dominante apunta a que cuando hay injusticia no hay conflicto, que el conflicto estalla sólo cuando se la quiere eliminar. Por esa razón está la idea de que los gobiernos menemistas o el de la Alianza fueron de consenso. Se les podrán hacer otras observaciones, pero nadie dice que esos gobiernos fueron conflictivos. Sin embargo, al kirchnerismo es el cargo más consensuado que se le formula. Si desde ese sentido común se tiene que definir con una sola palabra al kirchnerismo, se lo califica de “conflictivo”. Nadie diría eso de los gobiernos menemistas ni del de la Alianza.
La idea del no conflicto, de esa especie de limbo anestesiado por la buena educación, es una herencia de la dictadura. Que proviene no solamente de la idea militar del orden social, sino también del miedo. Del miedo inconsciente. La generación que creció y fue educada durante la dictadura absorbió el miedo sin saber lo que era. Asumió de sus padres, como naturales, formas de actuar y de pensar motivadas por el miedo. Sobre todo el miedo al conflicto o a ser diferente o a no ser parte de ese consenso social que define el sentido común de una época.
Pensar una sociedad sin conflictos sería lo mismo que creer en una vida sin problemas. El problema es un conflicto. La vida está llena de problemas y no por eso todos viven en guerra, simplemente resuelven sus problemas, a veces confrontando con otras personas, a veces poniéndose de acuerdo –consensuando– con las que tienen esa misma dificultad.
Cualquier gobierno que se proponga transformar situaciones de injusticia, ya sea socialista, peronista, radical o de cualquier signo político, será “conflictivo”. Pero el que no lo haga, lo será doblemente. Y los que no estén de acuerdo con esas transformaciones buscarán miles de excusas para oponerse. Entre ellas, dirán que esos cambios no fueron consensuados.
Fuente: El santo consenso
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