El Socialismo nace en Europa como consecuencia de las protestas obreras ante la explotación capitalista desarrollada en forma implacable e intensiva desde fines del siglo XVIII. Décadas después, el progreso alcanzado por las ideas en el plano económico, filosófico e histórico permite superar la primera reacción ingenua –el socialismo utópico– y posibilita el surgimiento del socialismo científico. Así, en 1848, se lanza el Manifiesto proclamando que “el fantasma de la Revolución recorre Europa”. Sin embargo, un cuarto de siglo más tarde, el capitalismo ingresa a su etapa superior –el imperialismo– que al explotar colonias y semicolonias, modera el antagonismo de clases en los grandes países desarrollados, en donde el socialismo se vuelve entonces reformista (del rojo al rosado, de Marx a Bernstein).
Este socialismo llega al Plata con los inmigrantes. No nace aquí como consecuencia de la concentración y la revuelta proletaria local –se trata de una semicolonia agropecuaria sin industrias– sino de la difusión realizada en idiomas extranjeros, por los recién llegados que desean continuar en estas tierras la lucha que venían realizando en sus países de origen. Desde el principio, pues, ese socialismo no se encuentra con la clase obrera... porque ella no existe (existen, sí, artesanos y empleados de servicios). No extraña que su dirección política se integre con abogados y médicos y que, aunque hable en nombre de los “obreros”, estos no nutran sus filas. Con el correr de los años, su base social será gran parte de la clase media porteña fuertemente influida por el liberalismo oligárquico de la clase dominante: mitrista en historia, liberal en economía (especialmente libre importadora para consumir artículos baratos), blanca y hasta racista respecto a sus compatriotas mestizos –“oscuramente pigmentados”, según un dirigente conservador– adoradora de la civilización europea o yanqui y enemiga de la barbarie popular y la política criolla.
Su lucha se centrará en algunas reformas sociales, en el laicismo, el divorcio, el antimilitarismo abstracto y el internacionalismo... en un país dominado por el imperialismo.
Así, no distingue entre la causa radical y el régimen conservador, “falaz y descreído” según lo calificaba don Hipólito. Y así legitima el fraude concurriendo a elecciones. De sus viejas banderas sólo le quedará la influencia sobre algunos gremios no industriales: empleados de comercio (Borlenghi), empleados municipales (Pérez Leirós).
Por esta razón, cuando la crisis económica mundial en los años treinta y luego, la segunda guerra mundial impulsan la industrialización, el Partido Socialista no puede ser cauce político para los nuevos trabajadores industriales, ahora sí obreros, migrantes internos desde lo más profundo de la desocupación del interior del país.
Codovilla y el Coronel. Asimismo, la escisión que constituyó el Partido Socialista Internacional, convertida luego en Partido Comunista, también se sustenta en sectores medios porteños. Para su desgracia, asume la teoría del “socialismo en un sólo país” predicada por Stalin y se constituye en un partido amigo de la Urss cuya función no es hacer la revolución en el país sino acompañar la política exterior de la burocracia soviética. En 1942, su secretario general Victorio Codovilla sostendrá que hay que “convencer a los obreros que no se debe hacer huelga a las empresas británicas y norteamericanas en Argentina pues ingleses y yanquis son aliados de la Urss”. Sólo podría hacerse a las empresas alemanas pues tienen vínculos con el nazismo, enemigo de la Urss. Así, los nuevos obreros que se acercan al partido se ven defraudados y los camaradas gremiales pierden sus cargos. Sólo Rubens Iscaro logra mantenerse como secretario general porque tiene la suerte de que en el gremio de la construcción (Uocra) los empresarios son alemanes y entonces se puede ser un buen defensor de los trabajadores y al mismo tiempo, servir a la Urss. Los demás, como Muzio Girardi en metalúrgicos, pierden la conducción gremial ya en 1942, cuando se crea un sindicato nuevo: la UOM. También esta izquierda, en nombre del socialismo, va por caminos desacertados y frustrantes.
Los obreros, por su parte, irrumpen en la historia un 17 de octubre de 1945, integrando un movimiento nacional liderado por un militar. ¿Y la izquierda? Integra la Unión Democrática cuyo principal impulsor es el embajador norteamericano Spruille Braden. Surge entonces el peronismo, un movimiento nacional policlasista nutrido de obreros, clase media de bajos recursos, sectores del ejército y de un empresariado nuevo (hijos de inmigrantes, de capitales nacionales, sin conciencia de burguesía nacional) y sectores de la Iglesia. Los trabajadores industriales participan así en un proceso de liberación nacional: ruptura de los mecanismos imperialistas ingleses y rechazo del avance del imperialismo norteamericano, no ingreso al FMI, deuda externa cero, amplia franja de la economía estatizada, depósitos bancarios y comercio exterior nacionalizados, sindicatos fuertes y avance en conquistas sociales y laborales, política latinoamericanista, pacto social entre CGT y empresarios nacionales. Su líder –Perón– denomina a ese frente como “comunidad organizada” y enarbola tres banderas: Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica, todo en el marco de relaciones capitalistas, aunque con fuertes perfiles no burgueses.
Diez años de gobierno, bombardeo a Buenos Aires, dieciocho años de proscripción y luego, en el ’73, otra vez peronismo. Y aún hoy. Muchos supusieron que cuando muriese el líder se terminaba, pero no fue así. Y todavía son muchos los que en nombre del socialismo continúan confundidos, sin comprender la naturaleza histórica del peronismo.
Tres preguntas. Sólo un pequeño grupo socialista logró entender desde 1945: Frente Obrero que calificó al peronismo como históricamente progresivo y se planteó la necesidad, no de incorporarse a él, sino de cabalgar a su lado, como izquierda nacional –según lo habían sostenido los maestros del socialismo para los países dominados– desde una perspectiva independiente en lo político, ideológico y organizativo, para “golpear juntos” al enemigo reaccionario, aunque “marchando separados”. Aunque –y aquí se equivocaron– creyeron que ese frente policlasista no duraría mucho tiempo. Pero estuvieron donde deberían estar porque sabían responder políticamente a estas tres preguntas: ¿quién es el enemigo principal? ¿cuál es la correlación de fuerzas entre el campo popular y el campo oligárquico? y ¿cuál es el nivel de conciencia política de las grandes masas de trabajadores? Son sólo tres cuestiones y todavía sirven para no equivocarse.
Desde el peronismo, Hernández Arregui decía: “Soy marxista y porque soy marxista, soy peronista”. Y Cooke sostenía que en el ’45 “el peronismo fue el movimiento que surgió y triunfó contra todos los partidos, que hizo saltar el esquema de los partidos... No es que la izquierda hiciera crisis: es que era una parte de la superestructura del imperialismo y saltó junto con los demás pedazos... Fue una situación revolucionaria donde los esquemas teóricos no servían. Faltaba una izquierda nacional y ese papel pasó a ocuparlo el peronismo, aunque sin definirse como tal”. Desde el Socialismo, Manuel Ugarte planteó en 1912: “En América Latina el socialismo tiene que ser nacional”. Y el Che también lo entendió y por eso escribió: “La caída de Perón me amargó profundamente” (24/9/1955, carta a la madre). Es una constante que los sectores más combativos del peronismo y la izquierda nacional han tendido siempre a confluir: la más importante construcción política del campo popular y la estrategia hacia el Hombre Nuevo. Por eso, hoy, a América Latina también la recorre un fantasma: El Socialismo del siglo XXI.
Fuente: Cómo entender a esa rara gente de “pigmento oscuro”
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domingo, 20 de diciembre de 2009
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