Por Adriana Clemente
Los mismos sectores que cuestionan la asignación universal por hijo hace unos meses estaban preocupados por la pobreza y a la vez tener una posición contra las retenciones a las exportaciones agropecuarias, principal instrumento de recaudación para gasto social, pero omiten hablar de la concentración de la riqueza.
La historia del empobrecimiento de Argentina es por efecto de las reformas neoliberales. Hoy tenemos un ingreso per cápita de 13 mil dólares superior al de Chile, Uruguay y Brasil. Sin embargo, ese índice no es una expresión de desarrollo, particularmente si se consignan las desigualdades entre ricos y pobres. La salida temprana del sistema educativo de los jóvenes y la tasa de desocupación de dos dígitos por 10 años cristalizaron la pobreza en Argentina.
La asignación universal por hijo no es una solución completa, pero sí es parte de la solución. Decimos que no es completa a partir de la experiencia de otros programas de subsidio, como el Bolsa Familia (Brasil) o Solidaridad (México), que como el Programa Familias tienen un desfasaje entre la suma que aportan a la economía familiar y los problemas que pretenden superar. El impacto de estos programas depende del punto de partida, de ahí que en Argentina los resultados sean menos visibles que en Brasil y México, donde la pobreza tiene características aún más dramáticas.
El problema de la pobreza no está en los subsidios, sino en la lógica de acumulación del sistema. A su vez, los subsidios son parte de la solución siempre y cuando se contrarresten otros factores de reproducción, como la salida temprana del sistema educativo y la precariedad laboral. Al igual que el debate en torno de la comunicación audiovisual, se le presenta al Gobierno la oportunidad de mantener la iniciativa en el tratamiento de temas fundamentales. Quizá, por eso, algunos de los sectores opositores que pedían la asignación universal por hijo sean ahora sus primeros detractores.
Fuente: Pobreza y desigualdad
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